El duelo es un periodo de tiempo en el cual nos encontramos proyectados hacia el pasado o el futuro y el presente está invadido por un cúmulo de emociones y pensamientos desbordantes, a la vez que sentimos que nos tenemos que enfrentar a una nueva realidad que se nos presenta como un espacio en blanco donde antes había contenidos de vida. No sólo nos despedimos de esa persona que queríamos tanto, también lo hacemos de una forma de vivir que ya nunca volverá a ser igual. En este momento es vital expresar el dolor. Y también es muy importante sentirse comprendido y ser apoyado durante el proceso.

Algunas de las características vivenciales de un proceso de duelo son: insomnio, pérdida de apetito, agotamiento, falta de concentración, emotividad desbordada, recuerdos persistentes, desamparo, soledad, depresión, culpa, pesadillas, sentimientos de abandono, miedo, ira, altibajos emocionales, sentimiento de vacío insoportable en la vida daría, etc.

El período de duelo nos posibilita ajustarnos a la nueva vida en la que esa persona querida ya no está.

Este período de tiempo tiene una media más o memos de un año de duración, aunque dependerá de cada persona, sin embargo no se debe confundir el tiempo que tarda un duelo en consumarse con el grado de amor. Tampoco significa que el duelo haya pasado del todo si se experimentan pequeños momentos de olvido o bienestar.

Las cuatro fases del duelo:

  1. La primera fase es incredulidad, vacío y dolor insoportable. Puede durar varios días,

    incluso semanas. Esta fase amortigua la intensidad de los sentimientos e impide que nos demos cuenta del significado total de la pérdida, hasta que estemos preparados para hacerlo.

  2. En la segunda fase, la pérdida acompaña al sentimiento de ausencia, el dolor deja de ser insoportable y nace la necesidad de expresarse.

  3. La tercera fases es la aceptación, podemos escuchar lo que nos servirá para aliviar el dolor.

  4. En la cuarta fase el proceso de aceptación madura, procediendo a transformar la pérdida. El vacío empieza a llenarse con vida y estamos dispuestos a dejar de sufrir. Aquí podemos redescubrir el valor de los pequeños placeres. Este paso significa la superación de la culpabilidad.

Todos estos pasos nos llevan al más importante de todos: analizar lo que nos ha ocurrido y conseguir ver el lado evolutivo del proceso. Es momento de redefinir la palabra muerte.

Muerte no significa borrón y fracaso, sino oportunidad de transformación y crecimiento. En realidad, la muerte de un ser cercano es una oportunidad de replantearnos nuestra forma de vida.

Algunas sugerencias de ayuda en el proceso de duelo:

– Reconocer la pérdida: es algo que ha sucedido y vamos a sobrevivir a ello.

–  Dejar fluir el dolor: no negarlo ni anestesiarlo, hay que experimentarlo.

–  Repetirnos que no estamos solos y que hicimos todo lo que estaba en nuestras

manos.

–  Darnos tiempo para curar nuestras heridas.

–  Saber que el proceso de curación tiene altibajos.

–  Hacer ejercicio, dormir bien y no forzarnos a hacer ninguna actividad.

–  Marcarnos horarios de forma que estructuremos el exterior mientras nuestro interior

sigue atormentado.

–  Postergar las decisiones importantes.

–  Buscar y aceptar el consuelo de los demás.

–  Rodearnos de cosas vivas: plantas, animales,…

–  Reafirmar nuestras convicciones: descubrir la espiritualidad o reforzar nuestra práctica

religiosa.

–  Organizarnos para los fines de semana y las fiestas para evitar estar solos esos días.

–  Recodar que seguiremos estando vulnerables durante meses o incluso años.

–  Si sentimos culpabilidad hacia la persona fallecida, escribirle una carta que después

quemaremos.

–  Repetirnos una y otra vez: ¡sobreviviré, un día volveré a recuperar mi serenidad!.

Escribirlo en un papel y ponerlo en un lugar visible.

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